martes, 26 de febrero de 2013

La salida cautelosa.

A quienes asiduamente seguimos la actualidad de Cuba no nos debiera sorprender lo que Raúl Castro pronosticara en el VI Congreso del PCC. El lustro siguiente será el último en el que el gobierno de Cuba estará integrado por los padres de la revolución.
Aunque, a diferencia de la diáspora, a buena parte de los cubanos residentes en la isla la noticia no conmociona y a muchos ni interesa, Raúl Castro fue más allá dos días antes del inicio del nuevo periodo de sesiones en la Asamblea Nacional, al decir que el domingo nos daría una sorpresa: “Voy a renunciar, tengo derecho a retirarme. ¿No me creen?”, dijo a las risitas cómplices y ávidas de un titular ante la escasa información que ofrece, siempre temeroso de errar en sus predicciones. Todo lo contrario que Fidel que, cada vez que se le presentaba la ocasión, ofrecía elementos con mayor veracidad que las felices informaciones del Noticiero.
Los aceleradamente críticos merecen mi primera atención por no considerar sus palabras previas y los hechos más que una de tantas tomaduras de pelo, si bien justificado descreimiento tras tantos golpes y promesas incumplidas, e incrédulos por tanto tiempo malgastado que él se apura en justificar con la prudencia que requieren las reformas.
Si nadie ha sido capaz de contradecir las palabras del General, tampoco serán capaces de hacerlo con sus acciones. Él ha sabido rodearse de acólitos que lo respeten como los defenestrados lo hacían con su hermano mayor. Sus fieles saben que las decisiones de Raúl cuentan con el beneplácito de Fidel que para distanciarse se muestra como un soldado o simple compañero y reiteradamente niega influir sobre el destino del país.
Como todos estoy a la expectativa de que la promesa se cumpla. Soy optimista, aunque creo que constituye el más importante aviso para navegantes de los últimos tiempos. Es urgente evitar el naufragio que sufre la isla ante el descontento interno por la lentitud de las reformas que para algunos no son tales y para otros las esperanzas de mejoría se han disuelto instantáneamente al ver fracasar su empresa; la incertidumbre venezolana; el infinito bloqueo; la deuda galopante y la crisis mundial. Y este es un paso, aunque él lo justifique con su derecho a retirarse. No obstante comparto el recelo a la vista de promesas incumplidas como el vaso de leche; un ejemplo que aunque parezca incomparable por lo fútil, en Cuba resulta tan relevante como el anuncio del domingo.
Entendiendo que su comprensible cansancio no es una renuncia a los principios fundacionales del sistema, la cuestión es dilucidar si se trata de confiar en una nueva generación de dirigentes que lleve a cabo la inevitable transición tranquila. O es la opción a convocar un referéndum y -de perderlo- su aún proyecto caiga en el descredito que Pinochet o el régimen birmano.
Entretanto la decepción de los históricos dirigentes que verán, en los sucesivos cinco años, como sus carreras se apagarán. Obligados luego pues a la discreción y silencioso forzado, sin quedarle a partir de ello otra satisfacción que haber servido por principios o intereses personales a una causa por la que, individualmente, no pasaran a la Historia.